jueves, 6 de agosto de 2015

A fuego lento.

No se cocina jamás para alguien a quien se odia... A no ser que seas Hannibal Lecter (en este caso se cocina directamente a quien se odia). Pero tú y yo, cuando cocinamos para alguien, es porque le queremos, porque queremos quererlo, o porque cabe la posibilidad de que le queramos. Si echas la vista atrás en tu vida, te darás cuenta de que muchos de tus recuerdos más felices están unidos a la comida, a la celebración que supone sentarse alrededor de una mesa.

A pesar de que la frase <<somos lo que comemos>> me parece exagerada, básicamente porque no tengo ni la menor intención de ser un lenguado meunière, sí creo que toda la ilusión, el afecto, las ganas y el amor que pone el que cocina para nosotros actúan como el mejor de los antioxidantes, la más poderosa de las vitaminas o el brebaje más antidepresivo que pueda existir.

¿Cómo es la sensación de levantarte una mañana sabiendo que el hombre que te gusta y que sientes que te gustará aún más viene a tu casa a cenar? Ese cosquilleo, ese <<por Dios, ¡¿qué-me-pongo-no-tengo-nada?!>>, esa sensación de que algo empieza como deben empezar las cosas buenas, esa llamada a tu mejor amiga a las 9.45 de la mañana pidiéndole consejo, leyéndole los sms que os intercambiasteis él y tú la noche anterior...

De repente tú pasas a ser la protagonista de tu vida. Y eso mola. ¿O no?

En cualquier caso, no son solo los hombres los que merecen que les preparemos un <<te quiero>> o un <<me gustas>> en forma de cena: cuando cocinas para tu madre es que te has hecho mayor de manera oficial (el día que le digas que una prenda te hace <<muy buena lavada>>, ese día llorará), cuando son tus amigas a las que invitas a casa, te estás ahorrando el equivalente a seis meses de terapia intensiva buscando un <<superyó>>... y cuando el homenaje te lo regalas a ti misma, ese, sin duda, es el gran paso.

Si hay algo importante que he aprendido a mis treintaitantos (no es que no quiera decir la edad, es que no sé cuando estarás leyendo este libro, lo juro...) es que la vida hay que celebrarla a la mejor ocasión, que el día de hoy no vuelve y que pasado mañana tendremos ochentaitantos y no habrá marcha atrás. Piénsalo, no importa la edad que tengas, jamás serás más joven que hoy, y cuando con esos ochentaitantos estés plácidamente sentada pensando en tu vida, no vas a recordar todos los disgustos que te llevaste en el trabajo, ni los atascos, ni la crisis de 2008, ni el día en que te diste cuenta de que tenías un poco de celulitis (solo las mujeres genéticamente imperfectas no la tienen). No recordarás lo limpia que siempre has tenido la cocina ni a esos hombres que jamás volvieron a llamar... Tampoco recordarás el suspenso por el que pensaste que te matarían tus padres ni el nombre de la modelo del <<especial culos>> de la revista Elle del verano de 2009 (Dios mío, la odio con todas mis fuerzas, aún hoy... y aquí da igual cuando estés leyendo esto).

Lo que recordarás serán las risas, los estribillos de todas las canciones que cantaste como las locas de Lorca a voz en grito en el coche, las veces que conseguiste reconquistar al que se mereció el título de ÉL, la complicidad con tus amigas, el día en que te atreviste a ponerte rubia (para volver discretamente a tu castaño original tres días después, arriesgando el cuero cabelludo como si no hubiese un mañana capilar), el día en que cogiste el coche y condujiste cinco horas del tirón para darle una sorpresa a alguien, y las veinte veces que te besaron por primera vez.

Te invito a que me acompañes en estas páginas. Este libro no tiene más pretensión que la de ser una reunión de amigos a la que me gustaría que asistieses en asiento preferente.

Son solo algunos pensamientos sobre el amor, la amistad y la felicidad cotidiana, la que está al alcance de tu mano y de la mía, la que a menudo se nos olvida porque eso que llamamos vida nos arrastra.

Pero, si paras un momento, te darás cuenta de que ponerte un tema de Hombres G (sí, los sigo adorando como cuando tenía quince años) a todo volumen mientras preparas una cena para ese hombre con el que llevas siete años viviendo (y últimamente te desespera) no va a solucionar nada... Pero seguro que va a conseguir que mañana sonrías un poco más.

Y él también. ¿Te vienes?


Hoy va por ella, por la gran Ana Milán, por la chica cocodrilo que tantas alegrías me ha dado. Ahí un pequeño cachito de su libro <<Sexo en Milán>>, que sin duda, merece la pena leer.

"Y que cuentes conmigo también para reír, yo siempre te he querido y voy a estar aquí".

No hay comentarios:

Publicar un comentario