miércoles, 29 de febrero de 2012

Cargado de ilusiones.

Vamos a dejar los textos tristes, ¿de qué nos sirven?, ¿para desahogarnos? Cierto, te quedas a gusto, a veces sirven de algo, y otras no, no es tan fácil hacerlo como decirlo, pero si ponemos fuerza y empeño, lo conseguiremos. Con la edad que tenemos ahora, no hay que comerse la cabeza, hay que ser feliz, disfrutar con los amigos, y por muy enamorada que estés, aunque creas que nunca aparecerá nadie así en tu vida, tranquila, tienes mucho por delante que vivir. Ahora piensas que no, tienes esa obsesión metida en la cabeza, pero con el tiempo, mucho, mucho tiempo, acabas pasando de todo. Puede que el amor que tanto has querido, vuelva hacia a ti, o puede que no, eso es lo de menos, lo importante es nuestra felicidad misma, que nuestra sonrisa no dependa de nadie, sino de lo que nosotros mismos hagamos. Quiero vivir el presente, y no quedarme apalancada pensando en el pasado y en un posible futuro, el pasado no vuelve, y el futuro, ¿qué futuro?, ya vendrá solo. He dejado de llorar por tonterías, porque el día que me encuentre con un verdadero problema, si que lo pasaré mal de verdad. Voy a disfrutar al máximo sin que nadie me lo impida. Ahora sé que hace más el que quiere, que el que puede.

-Al fin y al cabo, terminé donde empecé.


lunes, 27 de febrero de 2012

El corazón delator.

¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.
Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.
Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches... cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.
Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás... pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.
Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:
-¿Quién está ahí?
Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.
Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: "No es más que el viento en la chimenea... o un grillo que chirrió una sola vez". Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.
Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.
Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.
Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.
¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.
Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí... ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez... nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.
Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.
Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar... ninguna mancha... ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo... ¡ja, ja!
Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?
Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.
Sonreí, pues... ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.
Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara... hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.
Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia... maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... más alto... más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!
-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí, ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!


Tú baila, sólo baila.

No, no voy a convertirme en ese tipo de personas que tanto odié. No voy a hacer todo lo que siempre dije que no haría. No voy a dejar que me pisen. No voy a ser esa que siempre está ahí. No voy a olvidarme de quiénes son mis verdaderos amigos, ni de quién me empujo escaleras a bajo o me dio una patada en el culo. No voy a dejar de salir, de bailar, de reírme, de escuchar música a todo volumen. No voy a dejar de adorar el verano, ni de silbar. No voy a dejar que alguien entre en mi vida, y tenga el poder de desorganizarla, así de gratis. Y es que nos encanta tropezar y volver a caer, porque por algo somos humanos. Porque vivimos de las ilusiones porque sin ellas, a pesar de todo, no podemos vivir. Nos encanta hablar de amor, sin saber muy bien que es. Infravaloramos la amistad, cuando son nuestros amigos los que siempre nos sacan de todo. Pero es que después de todo, somos expertos en, sí nada sale bien, empezar de cero.

-Es una obviedad, pero quizá no esté tan claro.

domingo, 26 de febrero de 2012

No es orgullo, es amor propio.

¿De verdad esperas dar marcha atrás? Piénsalo bien. Volver donde todo empezó, caerte en cada bache, girar en cada rotonda, resolver cada cambio de opinión, buscar el por qué de las preguntas, hallar todas las respuestas, mirar al cielo todas las veces que miramos mientras luchamos en medio de la batalla, mirar cada muerto que queda, cada puto resto de todo lo que fuimos. Todo esto para llegar al principio, a algo que no se parece en nada a nosotros. Olvidar todo lo pasado y volver a empezar de cero, porque no te quieres plantear el vivir sin mí. ¿Y te piensas que yo me lo planteo? ¿Te piensas que alguna vez en mi vida me lo he planteado? Habría sido imposible, todos los días mirando todos los errores, intentando barrer la culpa, que un día era mía y al siguiente tuya. No entiendes nada. Yo simplemente dejé pasar los días, dejé pasar el tiempo sin pensar, cambiar la piel, dejar que todo siguiera su curso, como si no te conociera. Es imposible mirar hacia atrás y darme cuenta de todo lo que me estoy perdiendo. Todo lo que he crecido a tu vera, me miras antes y después, y soy otra. Más alta, más morena, ni si quiera me parezco a todo cuando empezó. Ha pasado más de un sexto de mi vida, pero lo mejor es que voy creciendo, el denominador va cambiado y ese peso se va haciendo cada vez más pequeño, hasta el punto en el que llega a ser imperceptible. Pero yo sé que siempre estarás ahí y no pretendo darme cuenta cada día. Simplemente lo sé, como sé que el sol se pone cada día, como sé que nunca veré una cara de la luna; son cosas que se saben. Pero también se sabe cuando las cosas acaban. Por eso no espero volver a lo que fuimos, yo ahí daba mucho más asco que ahora, podría haberme perdido en tus sonrisas y haber sido incapaz de negarte un triste abrazo. Ahora ni lanzados los quiero. Me apartarías de mis metas, de mis deseos, y yo sería incapaz de decir qué había más allá de el sueño que se cumplía teniéndote aquí conmigo.

-Acaricia un círculo y se hará vicioso.

sábado, 25 de febrero de 2012

Nessuno ha detto che era facile.

Me dispongo a despegar, me vale la pena marear, sangrar, decir, averiar, hacer el torpe, o me da por preguntar de dónde he salido y qué valdrá marcharme lejos, cambiarlo todo por un monte. Quizás seas tú, quizá el control, quizá sea yo, quizá el temor, o las historias que nos llevan al reproche. Ya te dije lo que soy, un tirado, un cualquiera, que malvive a su manera. Duermo poco, bebo mucho, moriré en la carretera o a los pies de una farola. No me creas mucho, aunque no te mienta. No me tientes que entro al trapo; yo no quiero madrugadas sin compartir almohada. Se nace y se muere sólo, y en mitad de ese camino, quiero un rato divertido, quiero amigos, alguien que me quiera. Pero claro, para siempre es mucho tiempo; y una noche poco rato.

-Decirte que hay corazones que no huyen de la tormenta.

Dale una patada al reloj.

Hay cosas que uno no puede hacer solo; discutir, subirse y sujetar una escalera a la vez, o doblar una sábana de esas de cama de matrimonio. Yo toda mi vida he pensado que lo ideal era vivir en pareja, por muy extraña que fuera la pareja, de hecho hay parejas que acaban convirtiéndose en tríos, parejas que se van quedando sin pareja, porque no se puede evitar el miedo a no estar a la altura. Hay parejas que son imposibles por definición, por historia y por física, aunque no por química; parejas en las que la química se ha ido gastando aunque sigan siendo una familia, familias donde en algún momento hubo una pareja, parejas que fueron en algún momento y ya no son nada. Y eso es lo que más miedo da en la vida: cuando la pareja se rompe; sea por lo que sea, la primera sensación que se tiene es de pánico, un miedo atroz al cambio, a la perdida de control sobre nuestras vidas, un miedo atroz a estar solo; pero cuando se llega a la soledad uno se da cuenta de que la ruptura puede llevarnos a un lugar mejor.

-Hoy es el primer día del resto de mi vida, porque desde hoy creo que lo más importante en esta vida es saber volar solo.

martes, 21 de febrero de 2012

Nada se pierde, todo se transforma.

Puedo ponerme cursi y decir que tus labios me saben igual que los labios que beso en mis sueños, puedo ponerme triste y decir que me basta con ser tu enemigo, tu todo, tu esclavo, tu fiebre, tu dueño, y si quieres también puedo ser tu abogado, tu juez, tu miedo y tu fe, tu noche y tu día, tu rencor, tu por qué, tu agonía, o tal vez esa sombra que se tumba a tu lado en la alfombra a la orilla de la chimenea a esperar que suba la marea, o tal vez ese viento que te arranca del aburrimiento y te deja abrazado a una duda, en mitad de la calle y desnudo.

-Mis pies son mi único vehículo, tengo que seguir dándole para adelante, pero mientras me voy, quiero decirte: "Todo va a estar bien".

Y si no gusta, se pinta de colores.

En 1998 un Francés trató de suicidarse de un modo muy especial. Se situó al borde de un acantilado, se ató una cuerda al cuello y la amarró a una gran roca. Después ingirió veneno, se prendió fuego y mientras saltaba desde el acantilado se disparó un tiro a la cabeza. Pero la bala no dio en el blanco, sino que cortó la soga y el hombre cayo al mar vivo, el agua apagó el fuego y de tantas sacudidas vomitó el veneno. Pero al final logró su cometido, murió de hipotermia horas después. Y bien, ¿qué quiero decir con todo esto? Si algo tiene que suceder, sucederá. Si nos proponemos algo, por insignificante que sea, lo conseguiremos. Que por muy difíciles que se pongan los problemas, sabremos plantarles cara. En definitiva, nadie podrá nunca con nosotros, siempre y cuando sepamos que podemos llegar, sin miedo, a cualquier parte.

-Más de cien palabras, más de cien motivos, más de cien pupilas donde vernos vivos, más de cien mentiras que valen la pena.

lunes, 20 de febrero de 2012

The night here, don't ends.

- Todo el mundo tiene una canción, por qué nosotros no tenemos una?
+ Claro que la tenemos, es la más bonita del mundo, estoy seguro de que la has oído alguna vez.
- ¿Cuál es? ¿Bailar pegados? ¿Titanic? ¿Love story?
+ Te diré cual es nuestra canción. Nuestra canción es el sonido de la puerta al cerrarse cuando te marchas, cuando hablas bajito porque es tarde y tu madre no sabe que estás al teléfono, es el sonido de tu risa después de un beso. Cuando me dices al oído mil tequieros y no me canso de escucharlos. Cuando oímos las gotas de la lluvia caer sobre tu paraguas y me miras y me haces sentir la persona mas feliz en ese instante y no quiero que termine. Esa es nuestra canción, y no sé tú, pero yo no quiero parar de escucharla.

-Salimos a la calle cuando más llueve, gritamos entre coches cuando todos duermen. Te quedas junto a mí compartiendo primaveras.

Día que pasa, día que no vuelve.

Siempre que me he sentado frente a ti, he intentado consolarme, contándote mis problemas, mis penas, esperando que me dijeras el por qué de todo. Nunca hablabas. Yo pensaba que hablaba el orgullo, pero hoy me doy cuenta de que no había nada que decir. Las cosas malas no tienen un por qué, por mucho que necesitemos saber esa razón para seguir hacia delante. Ese es el problema de hacer daño a los demás: que por mucho que pase el tiempo siempre se nos quedará esa espinita clavada, y ni si quiera el tiempo podrá quitarnos la cicatriz. Aprendemos a vivir con ella, sabemos cómo tapárnosla con el tiempo, pero poco más, la típica cosa de vivir estando orgullosa de que nadie lo ve, de saber quién en realidad ha perdido más. Pero eso es todo. Ese vacío estará ahí para siempre, esa vocecita que grita arrepentimiento que ignoras porque ya estás cansada de oír. Me ha costado mucho tiempo darme cuenta, pero no hay un por qué de la gente mala en este mundo, pero sí un por qué de la buena, así que simplemente disfruta de lo que te dan, que ellos te harán olvidar tus malas rachas. 

-El ingrediente para hoy, es ni una pizca del ayer.

jueves, 16 de febrero de 2012

Incendios de nieve y calor.

No serás capaz de odiarme. Si lo he empeorado aún más que bajen tus labios y me callen; sino, empezaremos a silbar. Ya sé que está mal romper ventanas de un bloque para encontrarte y decirte "no habrá más reproches". Y al parecer nos sienta bien pelear. Justo al contrario; fortalece más. Supera esto, no serás capaz. Cada día vuelvo a soñar con un lugar, quizás está más allá del mar y de las estrellas. Donde las cosas necesarias no se pagan con dinero y todo vale tanto que no tiene precio. Donde aparentar no tiene mérito y nada está escrito.

-Tal vez lo que me hace grande es tenerte delante otra vez.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Al barrio de la alegría.

Es lo que siempre nos pasa. Nos bombardean, a diario. La vida en sí es bastante complicada. Tenemos días en la cúspide y otros tantos perdidos en el fondo, pero el caso es que siempre hay algo que nos ayuda a mantenernos a flote. Cuándo más solos nos sentimos aparece alguien, que te suplica que te quedes a su lado; cuándo más ganas tenemos de llorar, hay alguien que llora contigo. Puede que a pesar de todo sí que estemos hechos a prueba de balas.

-Nos perseguirá el sueño de creernos inmortales.

lunes, 13 de febrero de 2012

Recordando viejas historias.

Sentada en el sofá color caramelo, un rápido zapping me hizo llegar a la MTV donde se escuchaba esa canción que me hizo volver a recordarte, volver a estar más cerca de ti. Dejé caer el mando y mi dedo dejó de pulsar la tecla que me llevaba desde nitro hasta la sexta y más tarde a la cadena, donde supuestamente te sentías más cerca de Dios.  Observé cada imagen de ese videoclip que se me hizo eterno ya que un montón de pensamientos irrumpían en mi cabeza y no paraban de repetir tu nombre, ese nombre que yo ya me había olvidado hace años, esos besos que viajaban desde la boca hasta el cuello, esa voz, esa sonrisa. Y entonces, habría los ojos y les veía a ellos, niños que no miraban hacia delante, niños que gracias a cartas y aviones se reunían de nuevo en la azotea para volver a jugar a quererse. "Volaron los manteles y el domingo se hizo especial". Llegué a imaginarte aquí de nuevo. "Madelmans haciendo slalom por tu cuello". Llegué a pensar que volveríamos a querernos. Solté todo el aire y volví a respirar. Y antes de acabar la canción me di cuenta. Ese fin de semana dio tiempo a recordar, a descansar y a pensar en ti.

-Últimamente las cosas cambian cada vez más.

domingo, 12 de febrero de 2012

With me your life won't be better.

Cuando una puerta se nos cierra, nos quedamos delante de esta, de pie, mirándola como si con eso pudiéramos hacer que las cosas cambien. Hacer que ese camino nunca quedase atrás. Hacer que todos los recuerdos de esa etapa nunca desaparecieran. Somos demasiado cobardes para cerrar los ojos, suspirar y asumir que todo lo bueno, tiene siempre su final. Antes o después. Por mucho que intentemos convencernos a nosotros mismos de que igual eso ha sido mejor que seguir ese camino, no queremos darnos la vuelta y comenzar a andar, pararnos frente a la siguiente puerta y con decisión tomar el pomo y abrirlo de un golpe, sin vacilar. Sin miedo a que las cosas vuelvan a quedarse atrás. Porque en esta vida quien no arriesga no gana. Quien no se para a sentir y a dejarse invadir por los sentimientos no está viviendo realmente la vida, y aquel que no deja que los recuerdos sean eso, recuerdos; aquel que se aferra a ellos e intenta rememorarlos una y otra vez, dejando de lado las nuevas oportunidades, esas personas son las que no saben el significado real de la vida. Las que prefieren recordar siempre su mejor etapa y sus sonrisas del pasado, antes que arriesgarse y vivir la vida, sabiendo que está llena de piedras, y que es normal que se caiga, pero que es ley de vida levantarse.

-Todo puede cambiar en la siguiente tirada.

Baja de tu cielo.

Una vez que tengamos claro lo que queremos, una vez que lo tengamos. No nos queda nada mas por conseguir, cambiar de objetivo. Volver a empezar. Eso le pasaba a ella cada vez que se me miraba en el espejo. Quería salir de casa siendo una mujer hermosa, respetada, incluso temida. Una vez conseguido su objetivo, se maquillaba lo suficiente como para que le dejaran comprar tabaco en el bar de la esquina. Pasaba la noche con la botella debajo del brazo, no quería que nadie le agobiara, no quería atarse a nadie. Sufría cada vez que dependía de alguien. Y cuando su reloj suizo marcara la hora tiraría la botella vacía a unos arbustos, cogería sus llaves y llamaría al ascensor. Allí se quitaría el negro de alrededor de los ojos, el rojo de los labios y se pondría mucha colonia contra el tabaco y el alcohol. No quería seguir viviendo así, sabía que estaba mal; pero no entendía hasta qué punto se podía llegar. Llegaría hasta que un día la encontraran tirada en el arcén de una carretera con el sujetador quitado y las bragas bajadas.

-Discover the reason why you exist.

sábado, 11 de febrero de 2012

Tal vez, lo insignificante.

La típica frase de abuela precavida, "no hagas lo que no quisieras que te hicieran". La típica mirada desaprobadora, no debiste. No podemos predecir cuándo vas a querer, cuando te vas a dejar querer, ni de dónde te tirarás en tu próximo amor. No tiene por qué ser todo blanco y negro, ¿verdad?. Pero dime: ¿cuántas veces has sido capaz de pararte a pensar más de dos segundos cuando ves a la persona que quieres? Decides alejarte; pero podrías correr detrás de él, podrías mandarle un beso o un dedo corazón ¿por qué no? Pero dime cuántas veces sopesaste lo bueno y lo malo de una situación. Y si lo hiciste ¿mereció tanto la pena perder el tiempo? Lo que sale de nuestro propio corazón es lo que suele estar menos influenciado, lo auténticamente nuestro. "Make, do, feel it".
A veces matas y eres el asesino; otras, las que menos y más dolorosas te arrancarías la piel por estar en la piel del otro.

-Qué paradoja, qué metáfora, que...que... Suspendí lengua, ¿vale?

Nothing is enough.

Vivía en un pequeño pisito, lo suficientemente pequeño como para que su bulldog francés y el ratón del baño de los mil azulejos se conocieran. Todas las mañanas cenaba bolitas de Kellog's de fresa con un yogurth desnatado, dormía hasta que se metía el Sol y a las once se desmaquillaba los restos corruptos de línea negra que no habían sido arrastrado por la almohada. Su vida era cíclica, tan cíclica como aburrida y original, o cualquiera que lo viese desde fuera lo vería así. Con quince años soñaba con su situación actual, sexo sexo sexo, drogas drogas, noche. Y diez años después con cómo cambiarla, le gustaba demasiado el ardor de su boca tras el vodka, el humo denso del cigarro, las medias rotas por la lujuria. Pero ella no se daba pena, era demasiado mayorcita e independiente para eso, se daba asco.

-Tampoco será para tanto cuando yo lo aguanto; aunque será mejor que no que creas que me voy a comer el mundo.

Acércate y verás.

Y quizás sólo busquemos el espacio entre lo brazos de alguien, el calor en la boca de tu vecino, ser el sueño de la chica que se sienta al lado de la venta. Y quizás no se necesite una calculadora para averiguar que nos gusta querer tanto como sentirnos queridos. Hoy, en ese mismo instante dos personas se dicen "hasta nunca", en este segundo, a seis calles otros intercambian sus alientos y ¿por qué no? Dos hombres descubren que su amistad es la oscura tapadera de un amor tan justo y bonito como natural. Si la naturaleza nos dotó de corazón,  habrá que utilizarlo. Si nos dio dos manos será para tocar y recibir.

-La avenida de mis sueños hace esquina con tus labios.

martes, 7 de febrero de 2012

Todos los días sale el sol.

Aquí estoy, sentada en un taburete de una tasca cutre, pensando en como sería la vida sin tu presencia, si nunca te hubiera conocido. Estoy a mi bola, hoy es uno de esos días en los que me levanto con el pie izquierdo y parece que nada me va bien, me siento jodidamente ridícula y minúscula en el mundo que me ahogo con mi propia saliva y se me cae la típica lagrimilla que quiero ocultar, para que no se rían de mí. No sé, últimamente me ocurre con bastante frecuencia eso de mandar a la gente a la mierda sin explicaciones supongo que será la frustración de mi vida en general, puede que sean los estudios, o puede que sea un conjunto de cosas, que quizás nunca llegue a comprender, ni yo misma ni nadie claro. Pero bueno, tengo ahí a mi gente, que aunque a veces no me comprendan lo entiendo, yo tampoco me entiendo, pero ¿qué estoy diciendo? ¿qué importa eso? Da todo igual mientras siga aquí, levantándome cada mañana con una pequeña sonrisa y diciendo, pase lo que pase tendré fuerza para continuar y tocarle el culo a la vida cada vez que me de la espalda.

-Aunque la vida me joda, no perderé la sonrisa.

sábado, 4 de febrero de 2012

Sorry if I call you love.

Que no me regale rosas, pero tenga mil detalles de papel. Que no le importe si hago el ridículo, pero que lo haga conmigo. Que no me diga que me quiere, pero que lo haga. Que me llame tonta, enana, pero que le encante mi sonrisa. Que sepa que le quiero, pero que haga como que no se lo cree. Que aparente un tipo duro, pero que se le caiga el mundo si un día me cabreo. Que se enfade si no me despido como suelo hacer, pero que dure tres minutos. Que me llame fea, pero que piense que soy lo más bonito. Que me grite y me intente enfadar, pero que lo arregle cariñosamente como sepa. Que no se enfade cuando llegue tarde, pero que me lo eche en cara. Que me diga que no es celoso, pero que me nombre como si fuese suya. Que me diga mil veces que me odia, pero que sepa que es mentira. Que pueda vivir sin mi, pero que no quiera.

-Una excepción que confirma la regla, aquello para lo que siempre habías utilizado la palabra ''nunca'' .

Corazón con caparazón de roca.

En el fondo a todos nos gusta pensar que somos fuertes; que vamos a poder con todo lo que nos venga encima, que pudimos con lo de ayer y que podremos también con lo de mañana. Pero más en el fondo sabemos que eso no es verdad, porque ser fuerte no consiste en ponerse una coraza ni en esconderse detrás de un disfraz; ser fuerte consiste en asimilarlo, en asimilar el dolor y en digerirlo; y eso no se consigue de un día para otro, se consigue con el tiempo. Pero como por naturaleza solemos ser impacientes y no nos gusta esperar, escogemos el camino corto. Escogemos el camino de disfrazarnos de algo que no somos y disimular. Sobretodo disimular. Sí, a todos nos gusta disimular los golpes, sonreír delante del espejo y salir a la calle pisando fuerte para que nadie note que en realidad, lo que nos pasa de verdad, es que estamos rotos por dentro. Tan rotos que ocupamos nuestro tiempo con cualquier estupidez con tal de no pensar en ello, porque el simple hecho de pensarlo hace que duela. Pero a veces, bueno... a veces tienes que darte a ti mismo permiso para no ser fuerte, bajar la guardia y darte una tregua. Está bien bajar la guardia de vez en cuando. No queremos hacerlo porque eso supone tener un día triste, uno de esos viernes que saben a domingo, un día de esos que duelen, de recordar y echar de menos a los que ya no están, y a los que están, pero lejos. Sin embargo, hay momentos que lo mejor que puedes hacer es darte una tregua; poner tu lista de reproducción favorita, tumbarte en la cama, y si hace falta llorar, llorar todo lo que haga falta.

-Y todo esto no nos hace menos fuertes, todo lo contrario.

Odio la absurda perfección.

Te diré algo que ya sabes. En el mundo no todo es color de rosa, es un lugar mezquino y feo y por más fuerte que seas, la vida te pondrá de rodillas y no te dejará levantar si es que la dejas. Ni tu, ni yo, ni nadie golpea tan fuerte como la vida. Pero lo importante no son los golpes que das. Si no lo que eres capaz de soportar sin bajar los brazos. Cuanto eres capaz de resistir, sin tirar la toalla. Así es como se gana. Si sabes cuanto vales, exige lo que te mereces. Aguanta los golpes y no comiences a señalar ni a él, ni a ella ni a nadie porque no estas donde quieres estar. "Los cobardes hacen eso y tu no eres un cobarde, tu eres mejor que eso".

-El hecho de ser sinceros al menos nos libera del peso de ser hijos de puta mentirosos; ahora simplemente, somos hijos de puta.

jueves, 2 de febrero de 2012

If you dream, you can fly.

Llegas a un punto en tu vida en el cual te vas dando cuenta de las cosas. Las criticas no te afectan y vas sabiendo mejor lo que quieres. Donde salir un sábado y que te amanezca bailando y riendo con tus amigas es todo lo que necesitas para librarte de una semana horrible llena de cosas que poco valen la pena en realidad. Es ese punto de tu vida donde te das cuenta que has crecido, pero todavía no demasiado, donde todavía estás a tiempo de cometer mil errores más de los que ya has cometido. Pero esta vez sabes que es diferente; esta vez sabes que si fallas podrás recuperarte mejor y más rápido que la última vez que lo has hecho. Porque te vas haciendo fuerte; te vas acostumbrando a que la gente te decepcione, a las falsas apariencias, a que nadie sea perfecto a pesar de que todos lo quieran aparentar. Aprendes a vivir con ello, a no asustarte ni a desilusionarte. Porque ya sabes como van las cosas, más o menos; pero un día sales a la calle, es un día normal, puede que llueva o que haga sol, que truene o granice, que salgas con tu mejor amiga o con una que no lo es tanto. Puede que ese día lleves tu sudadera favorita o que ni siquiera te halla apetecido peinarte. Pero es un día normal, como todos los demás. Haces lo mismo que siempre sin darte cuenta de que ese día algo o alguien va a hacer que las cosas cambien... Ya te había pasado antes, ¿y qué? ¿Es que acaso alguien es capaz de aprender de esto sin volver a cometer el mismo error? Aparece alguien en tu vida y vuelves a lo mismo. A las conversaciones hasta las tantas y a pensar que es la persona más maravillosa del mundo, a la misma tontería de siempre de que es especial, diferente. Las personas diferentes no existen. Te puede gustar el azul o el amarillo, el Barcelona o el Madrid, los coches o las motos, el Rock o la música Pop, pero eso no te hace ser diferente del resto. Porque que elijas un color u otro no va a lograr que me hagas menos daño. Porque que seas de un equipo o de otro no va a conseguir que consigas darte cuenta a tiempo de lo felices que podríamos llegar a ser juntos. Conseguirás que me ilusione, posiblemente harás que te quiera, ¿y después? Discutiremos, ¿y qué? Te prometeré cosas, cosas que tanto tú como yo sabemos que no voy a cumplir. Pero ambos nos quedamos satisfechos. Tú te libras de la discusión y yo me gano cuatro palabras bonitas que seguramente te las conoces mejor que la tabla periódica; pero es entonces cuando te sientas y te paras a pensar y te das cuenta de lo tonta que has sido, de nuevo. Te enfadas contigo misma y seguramente te llamarás de todo menos guapa, porque la culpa es tuya y de nadie más. Aquí es donde entra lo que hablábamos al principio. Ese punto de tu vida donde te das cuenta de las cosas. Ya no eres una cría, ya no tienes que aguantar estas cosas porque sabes que no es el fin del mundo. Sabes que no te morirás de amor y sabes que él no es único en el mundo. Sabes que si continúas creyendo sus mentiras llegaréis a un punto de no retorno y entonces ya no habrá nada que hacer. Sabes todo eso y mucho más, lo único que no sabes es lo que tienes que hacer. Irónico, supongo... Aquí es donde se diferencian a dos tipos de personas. Las primeras posiblemente se den cuenta de todo esto, pero no tienen más que cerrar los ojos y dejarlo pasar. Ellas se empeñarán en esa relación y seguramente dejen en ella hasta los huesos; lo darán todo por alguien que posiblemente no de ni la mitad porque estará demasiado ocupado dándole su otra mitad a otra persona. Mentirán, engañarán o simplemente las dejarán cuando se aburran. Y tenemos a otro tipo de persona, las enamoradas de la idea del amor. Las que quieren darlo todo y recibir más, las que sufren cuando ven el veneno que inunda a esta sociedad. Las que quieren cartas con corazones y rosas los 14 de febrero. Las que se encuentran con alguien así y aún sabiendo que sufrirán se plantan, se arman de valor y dejan escapar al motivo de su felicidad. Y os diréis, ¿pero por qué no luchan? Y yo os aseguraré que han luchado, han luchado tantas veces en la vida que apenas logran ya llorar. Han peleado y perdido tantas veces que se han dado cuenta que si dejan escapar a alguien y éste no vuelve para intentarlo es que no merecía la pena gastar ni siquiera una última sonrisa para recuperarlo. Han deseado tantas veces que ese amor fuese el amor de su vida que se encuentran perdidas, tienen miedo. Yo tengo miedo; pero no es aquí donde voy a frenar, no voy a dejar de intentarlo.

-El secreto para vivir mejor es reír y soñar.