lunes, 2 de enero de 2012

Te fuiste a otro bar.

La gente es así, les da por santificar a la gente cuando se va y no se molestan en conocerlos a fondo mientras respiran. Supongo que tú quedarás a salvo de eso, supongo, porque hiciste de ti mismo tu mejor personaje. Amabas la literatura como un amante y no como un marido, y nunca dejaste de quererla de cerca y lejos. Me contagiaste ese vicio por las páginas. Como la tristeza te esquivó (o cuando vino a buscarte tú andabas en otra cosa), tu muerte y tu vida no serán objeto de lástima ni de lágrimas. Y mira que habría anécdotas que contar sobre ti y tus andanzas. Pero no hace falta. Ninguna falta. Y digan lo que digan, será inevitable verte derivar por las noches de verano o invierno con tu gorra de capitán sin barco y tu excelente mal carácter, tejiendo una historia inacabable con tus propios días. Compartiste conmigo los nervios de mis primeros días y me dijiste que mi sentido del humor y mi mala idea serían mi pasaporte para entrar a las personas por la puerta del costado, "que es la que a ti te gusta, y además, en la otra, la grande, siempre hay cabrones vigilando para que no se cuele gente como nosotros". Pensabas, como yo, que el que se sienta a escribir un cuento sin haberse bebido antes a un tal Jack Daniel, pierde el tiempo. Decías que saber sonreír bien no era un don sino una obligación. Te fuiste. Me enseñaste lo que no está en los libros, me dijiste que tenía que seguir sonriendo para que no crecieran mis demonios, que yo sonreía porque no me aguantaba a mí misma, y que ese era un buen combustible. Tú andabas en la calle, donde la vida se levanta la falda en los portales o vomita una pena de más; y en los bares por los que dejabas caer tu socarrona forma de verlo todo con los ojos entrecerrados, como si no acabaras de creerte el mundo o te lo creyeras demasiado. O cantando una baladita ante un micrófono afónico, tras leer un poema dedicado a una rubia tonta americana o a la eterna nostalgia del mar, esa otra mujer que nunca te suelta del todo. De los malos, siempre fuiste de los peores, y citando a otro canalla de los que no deben faltarnos nunca, un tal Sabina, no puedo hablar de ti sin mencionar todas las buenas canciones que escuchábamos y reescuchábamos de este dios de las letras. Parece que fue ayer cuando te fuiste al barrio que hay detrás de las estrellas, la muerte se encaprichó contigo y te llevó a dormir siempre con ella. Aunque, bien pensado, ni tú ni yo creemos en eternidades, que no cunda el pánico en el cielo, que no hace falta esconder a las angelitas de minifalda que por allí pulularían, si el cielo existiera.
Pero estés donde estés, estarás en otro bar, pegado a la barra, con un chupito de whisky y leyendo a la gente sin prisas, como esa novela que soñabas escribir pero nunca lo hiciste, "para darle en los morros a muchos gilipollas", porque estabas demasiado ocupado viviendo.

-La borrachera de esta noche, va por ti.
-Y la de mañana, también.

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